La uremia es un término médico que se refiere a la acumulación de productos de desecho nitrogenados, como la urea y la creatinina, en la sangre debido a la insuficiencia renal. Este trastorno se produce cuando los riñones no pueden filtrar adecuadamente las toxinas y los desechos del torrente sanguíneo, lo que lleva a un aumento de estos compuestos en el cuerpo. La uremia es una manifestación clínica de la insuficiencia renal avanzada o terminal y es una indicación de que el daño renal es significativo y requiere intervención médica urgente.
La etiología de la uremia se relaciona principalmente con enfermedades renales crónicas, tales como la glomerulonefritis, la nefropatía diabética, la hipertensión arterial no controlada y enfermedades autoinmunes que afectan los riñones, como el lupus eritematoso sistémico. También puede ser consecuencia de la insuficiencia renal aguda, que puede ser provocada por factores como la deshidratación severa, infecciones graves, obstrucción de las vías urinarias o el uso de ciertos medicamentos nefrotóxicos.
Los síntomas de la uremia son diversos y pueden afectar múltiples sistemas del cuerpo. Entre los síntomas más comunes se encuentran la fatiga extrema, debilidad, náuseas, vómitos, pérdida de apetito, alteraciones del sueño y confusión mental. Además, los pacientes pueden presentar prurito (picazón), calambres musculares, edemas (hinchazón) en extremidades y cara, y un aliento con olor a amoníaco. La acumulación de toxinas también puede causar alteraciones en el sistema cardiovascular, como hipertensión, pericarditis (inflamación del pericardio) y arritmias.
El diagnóstico de uremia se basa en la evaluación clínica del paciente, la historia médica y una serie de pruebas de laboratorio que incluyen análisis de sangre para medir los niveles de urea y creatinina, electrolitos y pruebas de función renal. También se pueden realizar estudios de imagen, como ecografías renales, para evaluar el tamaño y la estructura de los riñones.
La uremia es una condición grave que requiere intervención médica inmediata para evitar complicaciones potencialmente mortales. El tratamiento inicial puede incluir medidas para estabilizar al paciente, como la administración de líquidos intravenosos y medicamentos para controlar los síntomas. Sin embargo, en casos de insuficiencia renal avanzada, la terapia de reemplazo renal, como la diálisis o el trasplante de riñón, se vuelve necesaria para mantener la vida del paciente.